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Retiro Joven de abril


Durante este año ha habido gente que lo del confinamiento lo ha llevado muy bien, y muchos otros que lo tenían muy difícil. Quizá te encuentres en alguno de estos casos. Cuando el confinamiento resultaba difícil siempre estaba la esperanza de que llegaría el final, de superarlo. Lo peor de los problemas es cuando no hay esperanzas de salida. Una situación así fue la de los discípulos de Jesús después de la ejecución de su Maestro. San Juan vivió ese confinamiento, y cuenta que "estaban (...) en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos" (Jn 20, 19). Su pánico era enorme, porque se encontraban bajo la amenaza de la autoridad religiosa y de la autoridad civil. Y sobre todo, tenían perdidas todas sus esperanzas: perdida su esperanza en los hombres, desde las autoridades hasta el resto del pueblo; perdida su esperanza en Dios, que había permitido la muerte del hombre más justo e inocente; perdida su esperanza en sí mismos, porque habían sido unos traidores cobardes; perdida la esperanza en seguir con vida. El sábado se ocultaron porque, por ser el día sagrado, no podían salir de Jerusalén. Y al empezar el domingo, primer día de la semana, algunos empiezan a huir; otros se quedan con Pedro y Juan. Y cuando llegaron las mujeres y les dijeron haberse encontrado con Jesús resucitado, estaban tan "aterrorizados y llenos de miedo" (Lc 24, 37) que no las creyeron. Pero, trascurren unas semanas y de pronto nos encontramos a Pedro hablando de Jesús resucitado ante una gran multitud (cfr. Hch 2, 22-24). Unos días después vuelve a hacer lo mismo en el templo, tras curar a un cojo. Entonces las autoridades les detienen a él y a Juan y les encarcelan. Les interrogan y Pedro vuelve ha hablarles de la resurrección de Jesús, a aquellos mismos que le condenaron. Las autoridades, tras amenazarles, deciden soltarles y "les prohíben severamente predicar y enseñar en el nombre de Jesús" (Hch 4, 18). No obedecen, y vuelven a ser encarcelados por segunda vez. "Pero, por la noche, el ángel del Señor les abrió las puertas de la cárcel y los sacó fuera, diciéndoles: «Marchaos y, cuando lleguéis al templo, explicad al pueblo todas estas palabras de vida» (Hch 5, 19-20). Así hacen, y por tercera vez son detenidos. Al Sanedrín se le agota la paciencia, y proponen ejecutarlos, pero por la intervención de un prestigioso doctor de la ley, Gamaliel, solamente son torturados y soltados. "Ellos, pues, salieron del Sanedrín contentos de haber merecido aquel ultraje por el Nombre" (Hch 5, 41). Los Hechos de los apóstoles seguirá narrando cómo continúa todo, resumido en la frase: "Predicaban con valentía la palabra de Dios" (Hch 4, 31). O como dice el Evangelio: "Ellos se fueron a predicar por todas partes" (Mc 16, 20). ¿Qué es lo que ha cambiado en aquellos antes pescadores cobardes y desesperanzados, y ahora audaces líderes, que llegarán hasta el fin del mundo conocido, para predicar hasta a los hispanos nada menos? Un cambio tan inexplicable de tal envergadura sólo puede entenderse por el hecho tremendo y extraordinario de la Resurrección: el encuentro con el resucitado que les dice: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo»" (Jn 20, 21). San Marcos, que fue discípulo de San Pedro, acaba su evangelio con las palabras: "Ellos se fueron a predicar por todas partes, y el Señor cooperaba confirmando la palabra con las señales que los acompañaban" (Mc 16, 20). Y San Mateo acaba diciendo: "sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos»" (Mt 28,20). Hoy en día están de moda los deportes de riesgo: puenting, salto base, escalada sin cuerdas... hay uno que se llama heli-sky que se trata de saltar desde un helicóptero sobre una montaña nevada... Es cierto que lograr objetivos difíciles nos proporciona felicidad. Estamos como predispuestos para el esfuerzo, para afrontar dificultades. Hay quien dice que si no tenemos problemas reales que superar nuestra mente se los inventa. Como se recoge en una frase de Mark Twain, el autor de Tom Swayer: "En mi vida he pasado por cosas terribles, algunas de las cuales sí sucedieron". Se suele decir que si no desafías tus límites, si no arriesgas a lo grande, jamás sabrás lo que puedes lograr de verdad en la vida. «Quien arriesga gana» es el lema del afamado Servi-cio Aéreo Especial británico, el SAS. Una de las cosas de las que más se arrepiente la gente cuando se le acaba la vida es no haber arriesgado más para lograr aquello que realmente merecía la pena. Pero ¿qué desafíos merecen realmente la pena? La meta más ambiciosa es la de los cristianos: ir por todo el mundo llevando a Cristo, mucho más que un deporte de riesgo, cuando dice Jesús: «os envío como oveja en medio de lobos» (Mt 10, 16). Decía la Madre Angélica, líder en EE.UU. en los medios de comunicación: “Tus planes, tus proyectos, tus sueños tienen que ser siempre más grandes que tú, para que Dios tenga espacio para actuar”. O como decía el Papa Francisco en el primer documento que escribió: «Al que arriesga el Señor no lo defrauda» (Evangelii Gaudium). Y es que Dios es el único riesgo que siempre merece la pena. Encontré este texto en Internet: «Hacen falta héroes de verdad. No los del relumbrón y la machada, sino los de todos los días, los que tienen miedo y cansancio, los que tropiezan y, tal vez, no son ni fuertes, ni cultos ni guapos. Sencillos héroes de la vida de familia, del tajo o de la oficina y de esos puestos de tercera fila (por lo común tan poco agradecidos) en los quehaceres del mundo político, sindical o de los negocios. Héroes modestos en los diferentes niveles de la educación, en las múltiples manifestaciones del arte y de la ciencia, en las diversas tareas relacionadas con la salud y hasta con el descanso y la diversión... Es coherente que muchos de ellos ni siquiera piensen que es heroico lo que hacen dos días de cada tres o todos los días. Pero hacen falta más. Y los habría si, en muchos casos, no estuvieran como avergonzados, si no tuvieran tantos la sensación de haberse equivocado de camino, si no hubiera una constante exhortación ambiental al desaliento, a la traición, a la falta de honradez». ¿Estoy dispuesto a complicarme la vida por ayudar a los que están a mi lado? ¿Soy capaz de compartir, en mis conversaciones, mis convicciones, mi fe, mi experiencia de Dios, o me oculto por vergüenza? ¿Quiero continuar la audacia de Pedro, Juan, Esteban... y tantos cristianos de todos los tiempos? Si no arriesgamos por lo valioso y por lo que merece la pena no dejamos actuar a Dios en nuestra vida. Como decía uno: “Haz que tus piernas tiemblen al asomarte a tus sueños”. Sólo cuando estamos dispuestos a perder el control sobre nuestra vida entonces empezamos a poner en Él nuestra confianza. «Yo estoy con vosotros todos los días...». Señor, sé que estás con nosotros. ¿Yo te dejo que estés conmigo? Nuestra Madre la Virgen aceptó el mayor desafío, el de aceptar a Dios en su vida. Ayúdanos Madre a aceptar también nosotros el desafío. Salmo 18 (17) 1 Del siervo del Señor, David, que dirigió al Señor las palabras de esta canción, cuando el Señor lo libró de todos sus enemigos y de las manos de Saúl. Dijo: 2 Yo te amo, Señor; tú eres mi fortaleza; 3 Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador. Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte. 4 Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos. 5 Me cercaban olas mortales, torrentes destructores me aterraban, 6 me envolvían las redes del abismo; me alcanzaban los lazos de la muerte. 7 En el peligro invoqué al Señor, grité a mi Dios: desde su templo él escuchó mi voz, y mi grito llegó a sus oídos... 17 Desde el cielo alargó la mano y me agarró, me sacó de las aguas caudalosas, 18 me libró de un enemigo poderoso, de adversarios más fuertes que yo. 19 Me acosaban el día funesto, pero el Señor fue mi apoyo: 20 me sacó a un lugar espacioso, me libró porque me amaba... 29 Señor, tú eres mi lámpara; Dios mío, tú alumbras mis tinieblas. 30 Fiado en ti, me meto en la refriega, fiado en mi Dios, asalto la muralla. 31 Perfecto es el camino de Dios, acendrada es la promesa del Señor; él es escudo para los que a él se acogen. 32 ¿Quién es Dios fuera del Señor? ¿Qué roca hay fuera de nuestro Dios? 33 Dios me ciñe de valor y me enseña un camino perfecto; 34 él me da pies de ciervo, y me coloca en las alturas; 35 él adiestra mis manos para la guerra, y mis brazos para tensar la ballesta. 36 Me dejaste tu escudo protector, tu diestra me sostuvo, multiplicaste tus cuidados conmigo. 37 Ensanchaste el camino a mis pasos, y no flaquearon mis tobillos... 40 Me ceñiste de valor para la lucha, doblegaste a los que me resistían... 44 Me libraste de las contiendas de mi pueblo, me hiciste cabeza de naciones, un pueblo extraño fue mi vasallo: 45 me escuchaban y me adulaban, los extranjeros buscaban mi favor. 46 La gente extraña palidecía y salía temblando de sus baluartes. 47 Viva el Señor, bendita sea mi Roca, sea ensalzado mi Dios y Salvador: 48 el Dios que me dio el desquite y me sometió los pueblos; 49 que me libró de mis enemigos, me levantó sobre los que resistían y me salvó del hombre cruel. 50 Por eso te daré gracias entre las naciones, Señor, y tañeré en honor de tu nombre. 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